CAPÍTULO I: LA INICIACIÓN
Era una fría noche en pleno mes de Noviembre. Un chico de a penas 18 años se encontraba durmiendo plácidamente en la gran cama de matrimonio de su habitación. Despertó exaltado al escuchar los gritos de sus padres y, detrás de sus parpados, que hasta el momento se habían encontrado cerrados, aparecieron sus ojos grises, tan fríos como el hielo. El muchacho se levantó rápidamente de la cama, salió de su habitación, corrió por el largo pasillo, bajó las escaleras hacia el primer piso y se dirigió hacia el salón de la gran y lúgubre mansión.
-¡No voy a permitir que Draco siga tus pasos!-gritó una mujer de unos cuarenta y pocos años. Su largo pelo rubio y sus ojos grises le hacían extrañamente hermosa y muy atractiva. Era una mujer de curvas sinuosas y una altura considerable, pues medía 1,72 m.
-¡Draco hará lo que yo diga!-gritó un hombre aparentemente mayor que la mujer. Sus fríos ojos, sus finos labios y su rostro serio le hacían ver como una persona temible y vengativa. Era un hombre guapo, aunque el paso de los años, el sufrimiento y el dolor habían conseguido que su atractivo físico desapareciese poco a poco. Debajo de sus grandes ojos azules, descansaban unas grandes y moradas ojeras que le hacían parecer un hombre enfermo y, su tez era tan extremadamente blanca que aparentaba ser un fantasma-¡Nuestro Señor le ha dado una oportunidad y no pienso permitir que la rechace!
-¡Draco no va a convertirse en un mortio!-gritó de nuevo la mujer irradiando ira por sus llorosos ojos.
-Narcisa-dijo el hombre un poco más calmado-Sabes que Draco debe convertirse en un mortio o le matarán. Podrían considerarle un traidor a su sangre y a su amo.
Narcisa cayó de rodillas al suelo y se cubrió el rostro con sus manos.
-Por favor...Lucius, no permitas que dañen a Draco...-dijo Narcisa sollozando.
-Es mi hijo. Sangre de mi sangre. Intentaré protegerle lo máximo posible, pero no podré intervenir si nuestro Señor decide acabar con su vida-dijo Lucius observando el estado de su esposa.
Los dos amaban por encima de todo a su hijo, pero el orgullo, el honor, la devoción y el miedo les impedía poder cuidar y tratar a su único hijo cómo verdaderamente deseaban. Lucius le había enseñado a Draco todo lo que había podido, aunque quizá, sus técnicas de aprendizaje podían considerarse duras o, incluso, crueles. Narcisa, por su parte, había intentado educar a su hijo de la mejor manera posible, aunque jamás había podido darle cariño a causa de su trabajo y de sus obligaciones. Pero, aún así y aunque quizá nunca se lo hubiesen demostrado, amaban a su hijo y darían su vida por él.
Draco, por su parte, se había criado sin amor, sin unos verdaderos padres. Jamás había experimentado lo que era la felicidad, simplemente había aprendido lo que, según su padre, era lo esencial para poder sobrevivir en ese mundo, en su mundo. El muchacho se dirigió nuevamente hacia su habitación y, al llegar, se recostó en su cama. A su lado, una muchacha morena de su misma edad dormía tranquilamente sin percatarse de la furia que, en ese momento, inundaba el corazón del rubio. Draco observó a la chica de arriba a abajo. No creía en el amor, jamás lo había experimentado ni creía ser capaz de entregar su vida a cambio de la vida de ningún otro ser y, mucho menos, de una mujer. Ella se convertiría en su esposa. Ella era la indicada para convertirse en su reina cuando triunfase por encima de todos. Él era un ser ambicioso y sabía utilizar a las personas a su parecer. Era un chico que aprendía muy rápido y, aunque sus padres no lo creyesen, él sabía manejarse fácilmente por ese mundo lleno de terror, de ira, de venganza, de corrupción y de muerte en el que vivía. Cerró sus ojos y esperó a que su padre fuese en su busca. Sabía que el día había llegado. Sabía que, por fin, iba a convertirse en un auténtico mortio. Debía superar una difícil prueba, pero sabía perfectamente que lo lograría.
-Draco, levanta.
El chico abrió los ojos y observó a su padre, que se encontraba de pie enfrente de su cama.
-Debemos marcharnos ya. Es la hora.
Draco se levantó lentamente, se vistió completamente de negro, se colocó su larga capa negra encima de sus hombros y salió de la habitación siguiendo los pasos de su padre, que caminaba con rapidez por la mansión.
-¿Pansy no va a iniciarse?-preguntó el chico pensando en la morena que descansaba en su propia cama.
-Todavía no. Ella no esta suficientemente preparada. Nuestro Señor no quiere perder más súbditos-contestó fríamente Lucius parándose enfrente de una gigantesca chimenea situada en su despacho.
Lucius cogió un puñado de polvos flú del cuenco de cristal, situado encima de una de las múltiples estanterías, y entró en la chimenea.
-Vamos, entra-ordenó Lucius.
Draco obedeció la orden.
-¡Número 17 de Grinmoul-Sten!-gritó Lucius dejando caer los polvos flú
De repente el despacho desapareció para dar lugar a una enorme y vieja sala en la que se encontraban, sentados en las varias gradas, cientos de mortios escondidos tras sus capas y sus máscaras.
-Bienvenidos-dijo una fría y temible voz que siseaba cada una de las palabras como si de una serpiente se tratase.
Lucius se arrodilló enfrente del individuo que había hablado y, por su padre, Draco se quedó levantado mirándole desafiante.
-Arrodíllate-ordenó su padre, aunque Draco no obedeció esa vez la orden
Lucius se puso muy nervioso al ver que su único hijo desafiaba con la mirada al grandísimo Voldemort y, además, le desobedecía.
-Vaya, vaya...Cuanto tiempo Draco-dijo Voldemort acercándose hacia el muchacho, que no mostró ningún tipo de temor ante su presencia-Veo que te has convertido en un hombre fuerte, pero insensato...¿Estas en nuestro bando?
Draco sonrió ante la pregunta.
-Jamás lo dudéis señor-contestó sin vacilar.
Voldemort, para sorpresa de todos, también sonrió.
-Espero que seas capaz de demostrar lo que aseguras.
-Haré todo aquello que me ordenéis.
-Me alegra saberlo...¡Crucio!-gritó apuntando al rubio, que cayó al suelo y se retorció, aunque ni siquiera gimió de dolor
Voldemort paró el hechizo y sonrió con orgullo.
-Veo que estas acostumbrado a estas muestras de...cariño-dijo riendo mientras miraba a Lucius-Le has criado muy bien Lucius.
-Gracias señor-dijo Lucius haciendo una reverencia.
Draco se levantó del suelo mirando con odio a todos los presentes, incluido a Voldemort.
-¡Es hora de que empiece la prueba!-gritó Voldemort provocando que todos los mortios empezasen a aplaudir y a gritar eufóricos, excepto Lucius, que temía llegar a perder a Draco-¡Seamus!
Una de las puertas que decoraban las paredes de la sala se abrió, dando paso a un chico de 23 años, conocido como el mejor mortio del momento.
El chico miró a Draco con una media sonrisa, dando a entender que el rubio no era un digno contrincante para él.
-¡Que comience la batalla!-gritó Voldemort marchándose de allí para sentarse en el centro de las gradas para observar el espectáculo
Lucius se unió a su amo y se sentó a su lado. Gracias a la capa y a la máscara que cubrían su rostro, pudo disimular el nerviosismo que sentía.
Draco, sin vacilar, levantó su varita y apuntó al muchacho de pelo azabache y ojos azules que se encontraba a tan solo dos metros de él.
-¡Crucio!-gritó Seamus.
-¡Protego!
El rayo de luz azul que Seamus había dirigido hacia el rubio desapareció a tan solo un metro de él.
-¿Es lo único que sabes hacer?-dijo riendo Seamus, provocando la risa de casi todos los mortios.
-¡Sectumsempra!
El moreno ni siquiera tubo tiempo de reaccionar ante la rapidez de su contrincante y el hechizo golpeó fuertemente su pecho provocando que miles de heridas cubriesen su cuerpo. El chico empezó a sangrar mientras gemía por el dolor que estaba sintiendo.
Voldemort empezó a aplaudir al rubio con una sonrisa de satisfacción en su rostro.
-Bien hecho.
Draco bajó la varita y observó a Seamus, que moría lentamente mientras se desangraba. Cuando el rubio miró a los individuos que aplaudían desde la grada, puedo identificar a su ex profesor Severus Snape, que aplaudía con fuerza y le sonreía orgulloso.
-Ya no nos eres de utilidad-dijo fríamente Voldemort apuntando a Seamus-¡Avada kedavra!
Voldemort se arrimó a Draco con la varita en alto.
-Muéstrame tu brazo izquierdo-ordenó.
Draco se levantó la manga de la camisa y Voldemort rodeó, con sus finos y largos dedos, el brazo de este depositando en él, con un hechizo, la marca tenebrosa.
-Ya eres uno de los nuestros-dijo Voldemort provocando que los mortios del lugar se levantaran de sus asientos y aplaudieran al rubio-¡Lucius!
Lucius corrió hacia donde se encontraba su amo.
-¿Si mi Señor?-dijo haciendo una leve reverencia.
-Debo felicitarte. Tu hijo es digno de honor al igual que el apellido de los Malfoy-dijo Voldemort depositando su mano en el hombro del hombre.
-Muchísimas gracias Señor.
-Podéis marchar-dijo saliendo por una de las puertas del lugar.
Lucius agarró a su hijo del brazo, cogió polvos flú de una pequeña bolsa que escondía en su capa, entró en la chimenea y se desaparecieron de nuevo hacia la mansión.